jueves, 14 de octubre de 2010

Una de cal...


Hoy ha sido una jornada llena de alegrías para mí. Me desperté con la noticia de que desde esa misma mañana, ya estaba lista mi Tarjeta de Identidad de Extranjero y que podía ir a recogerla a la Oficina de Extranjería cuando quisiera. Una maraña de sensaciones encontradas recorrió mi cuerpo; me sentía contento y alegre porque por fin podría buscar un trabajo de una forma legal, aunque también me invadieron los nervios y el miedo ante el gran reto que estaba por venir.

Necesitaba encontrar un trabajo lo antes posible: la plata se me estaba agotando tras casi tres semanas en España y, además, tenía que buscar un lugar más económico donde dormir, ya que cada vez suponía mas sacrificio pagar las noches en el albergue.

Tras recoger la tarjeta que me identificaba como inmigrante, me dispuse a buscar un trabajo con el que ganar la plata necesaria para costearme mi vida. Aún no me explico la suerte que tuve al encontrar aquel trabajo.
Caminando por las calles de Madrid, pensando en dónde buscar empleo, crucé por delante de la cristalera de un bar-restaurante, en la zona de Diego de León, en la que había un cartel en el que se podía leer: SE NECESITA CAMARERO, CON O SIN EXPERIENCIA. Sin dudar un instante, entré en el establecimiento y me sorprendí al comprobar que la dueña, al igual que yo, también era sudamericana. Pensé que eso me facilitaría las cosas y le pregunté por el empleo. Ella comprendió mi historia y no dudó en contratarme, con jornada partida, de 9 de la mañana a 2 de la tarde, facilitándome así el poder acudir a las clases. Es imposible describir con palabras la sensación de gratitud que recorrió mi cuerpo en ese momento, más aún cuando pensé que con los 600 € que me pagaría al mes, tendría suficiente para sobrevivir en España.

Al finalizar el día, cuando volví de las clases en la Universidad, vi pegado en una farola un cartel en el que se anunciaba que se alquilaba habitación, con un precio muy económico (200 €), en la zona de Moncloa.
Así que, antes de que anocheciera, acudí al piso en el que ofertaba la habitación. Resultó ser un piso de estudiantes, cuatro, que tenía dos habitaciones ya ocupadas y querían alquilar la tercera para suavizar el precio de alquiler. Terminaron aceptándome, a pesar de que uno de ellos no se mostró muy convencido con la idea. Sin embargo, el cúmulo de alegrías que se produjeron a lo largo de la jornada, hizo que no me importara su desdén y me apresuré a recoger mis cosas del albergue para mudarme a aquel piso, con la esperanza de que esta racha de buena suerte no terminara nunca.
¿Creéis que mi condición de inmigrante será un obstáculo
en mi relación con mis compañeros de piso?

2 comentarios:

Endrina M.V dijo...

¡Hola Danilo!, no es ser inmigrante, es ser persona, saber comportarse y llevar a la gente. Compartir piso no es fácil, cada uno tiene sus manías, sus formas de actuar y demás y la cosa es que a veces chocan esas diferencias, pero no es porque seas inmigrante. Trata de hacerle ver al que no estaba muy convencido que los tópicos de los inmigrantes son eso, tópicos, algunos los tienen, pero no todos somos así. Un beso, ánimo y cuidese!

Sontalas dijo...

Gracias por su apoyo, Endrina. Creo que tienes toda la razón. El ser inmigrante no tiene nada que ver con llevarse bien con la gente. Lo fundamental es ser persona, da igual el color, es ayudar al otro, ser amable con él, no sentirse el centro del mundo. ¡Qué lástima que cada vez existan menos personas así! Gracias por sus palabras. Cuídese.